martes, 22 de febrero de 2011

LA CAJA...

Un año más, se acerca el momento. Guardados en una caja descolorida por los años, con el estampado original de hace décadas y cuyas esquinas están para jubilar, se encuentran en forma de tesoros, los recuerdos de multitud de ensayos y salidas penitenciales en forma de "trapos" en el sentido más cariñoso de la palabra. Pero tan preciada prenda, tiene que tener solera...
Se acercan los ensayos, y es necesario rebuscar en la caja, las zapatillas costaleras que se demandan para igualar, cuando entre las distintas bolsas de plástico aparecen las añoradas esparteñas color negro con el lazo de raso que la misma mañana del martes Santo cosías de forma cuidadosa para que durante el recorrido penitencial, y si la de atrás se despistaba y te pisaba, no quedaras como cenicienta con sólo una zapatilla. Y haces memoria costalera de "aquellos maravillosos años" y digo maravillosos porque Gracias a Dios, según pasa el tiempo, somos capaces de acordarnos de lo bueno y haciendo un esfuerzo rechazar aquello que nos produjo dolor en un determinado momento. El dolor a mi juicio no se guarda.

Y entre tanta indumentaria, aparece la faja, que recuerdo con cariño me regalaron mis niñas, las mismas que hoy siguen conmigo y han pasado más de diez años, cuando me bordaron con hilo de oro, el hilo de la más sincera amistad, el nombre de todas ellas en mi faja costalera. Un orgullo siempre llevarla, pero es tanto el cariño, que la guardo como la mejor joya. Por el contrario la faja de todos los días, huele a añeja, yo creo que mi faja aún no la he renovado por pena a perder las trenzas que muestran los años que he salido bajo el palio de María y la blandura de la misma por el desgaste a fuerza de lavados y planchados varios.
Sigues destapando recuerdos, el pañuelo obsequio de los Carrasco a todas las niñas del XX Aniversario de la Mujer Costalera, o el pañuelo de mi primer año, que secó muchos sudores después de largas y cansadas chicotás.

Ni que decir de la medalla, es lo que guardo con más cariño, el aro que une el cordón con la misma está oxidada de cuantas lluvias a tornado la estación de penitencia y el cordón desgastado suma años a mi hacer costalero.

Un caja con fajas de diferentes colores, costales, morcillas hasta dedicadas (la primera que me regalaron) con igualás de Santa Teresa Sevilla, Sagrado Corazón u otros obsequios por distintas colaboraciones.

Cada año, repaso el interior de ese cofre del tesoro, que se queda pequeño año tras año y que me niego a cambiar, para no perder en la memoria, que esa caja de flores, esconde parte de mi vida costalera, de mi forma de vida, de mi fe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No hay caja en el mundo lo suficientemente grande para guardar todo lo que llevas dentro, porque sín tí, las cosas no serían igual, espero que abras tu cofre durante muchos años más, eso será señal de que sigues repartiendonos cariño y alegría bajo nuestra Caridad.
Un beso.

Sonia.