lunes, 11 de marzo de 2013

MARTILLO

No podía ser otra su definición...  herramienta de percusión utilizada para golpear directa o indirectamente una pieza.
 
No en todos los casos, pero en un elevado tanto por cierto, aparece el síndrome de "Tengo el martillo, tengo el poder", normalmente al poco tiempo de poseer esta herramienta y para otros muchos cofrades es el único y obsesivo sueño en su quehacer diario dentro de sus hermandades. No se sienta nadie aludido, más que el que lo pretenda o se sienta reflejado, que yo aquí ¡No nombro a nadie!
 
Lo de "Erase un hombre a una nariz pegado", cambia eficazmente en el mundo cofrade si sustituimos nariz por martillo. Parece que poseer este cargo, a mi juicio difícil y arriesgado y por su puesto valiente, significa obtener una varita mágica a modo de ilusionista con poderes suficientes para transformar, aparecer  y hacer desaparecer todo cuanto se antoje. Trucos que bajo mi punto de vista terminan por descubrirse. 
De modo que no creo que tener un martillo cofrademente hablando, implique en absoluto, golpear a diestro y siniestro con el único fin de hacer daño, olvidándose de lo que se tiene entre las manos y sin hacer honor a lo que llevas delante. Sólo unos pocos están a la altura, sólo unos pocos crean cuadrilla, sólo unos pocos valoran el trabajo y el esfuerzo costalero, sólo unos pocos sufren con los que sufren debajo, solo unos pocos son humildes y leales y por todo sólo unos pocos son de verdad CAPATACES (con mayúsculas)
 
Y digo esto, porque he visto con mis ojos, ese sentimiento de superioridad y preponderancia, y por desgracia cada vez más y más. En Granada hay y ha habido grandes capataces que quizás técnicamente no han sido todo lo buenos que debiera, o sí, pero que por el contrario han derrochado humildad, han demostrado querer aprender, han sabido corregir cuando han errado y abrir los brazos cuando los suyos lo han necesitado, han sabido inculcar valores y lo más importante han tenido actitud y disposición.
 
Por otro lado, martillo y trabajadera parecen estar tremendamente unidos, hasta tal punto que cuando se llevan "x" años debajo del paso, el siguiente objetivo se convierte en un extraña ocecación por formar parte del cuadro de capataces y un éxito rotundo si se está como capitán del navío por sentirse absolutos protagonistas de una historia, donde la gloria de la fe ya se alcanzó. Una obsesión que se lleva amistades y otros muchos valores a su paso.
 
Ser capataz debe ser algo merecido y en ningún caso un regalo de cumpleaños y bajo mi punto de vista, este cargo debería de proponerse cada año y demostrar para resolver adjudicaciones eternas, y por el contrario trabajar en el cargo de cara a cada Semana Santa.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Por ella y con ella siempre" palabras que ensayo tras ensayo, nos dicen nuestros capataces cada vez que realizamos una levantá. Siempre con corazón...por ella..que es la que verdaderamente nos importa a cada una de las costaleras que formamos la cuadrilla que con tanto cariño nos ponemos bajo su manto dirigidas por como tu siempre dices..."nuestra Madre tiene cuatro angelitos en cada esquina por fuera del paso" una gran labor la que realizan y con mucho cariño. Ole por ellos!! un placer seguir compartiendo un año más un Martes Santo y espero que muchos más.

Un beso.
Maria Hernandez